Lord Tyger Read online

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  El sol y las estrellas brillaron sobre él durante largas horas. Fueron varios los insectos que se tomaron grandes libertades con él pero las hormigas no se acercaron por allí, los cocodrilos le pasaron por alto, los buitres y los cuervos no le olieron y finalmente, logró salir de la balsa y cobijarse bajo un árbol de la islita. Después de otros dos días, durante los cuales logró comer lo suficiente como para recuperar un poco las fuerzas—ahora le había llegado su turno de comer insectos, después de que éstos hubieran cubierto su cuerpo de mordeduras y aguijonazos—, hizo lentamente el trayecto de regreso a su hogar. Para ello necesitó tres días y media noche.

  Después de aquella experiencia, estuvo cierto tiempo sin alejarse mucho o limitándose a subir hasta las colinas para jugar con los gorilas jóvenes. Una vez hubo recuperado todas sus fuerzas, se dedicó nuevamente a vagabundear, pero decidió olvidarse durante un tiempo del Pantano de las Mil Patas.

  Además, los wantso le intrigaban tanto que el pantano ya no le interesaba.

  Observándoles y oyéndoles hablar logró entender un poco su lenguaje. Tenían un idioma muy curioso. Utilizaban cuatro niveles distintos de tono para distinguir los significados de las palabras que tenían los mismos sonidos, y también usaban el tono para indicar si algo había ocurrido, estaba ocurriendo, ocurriría, o si había tenido lugar en la Tierra de los Fantasmas.

  Al final, Ras acabó entendiendo que la Tierra era la meseta donde vivía. Esto explicaba por qué los wantso nunca llegaban más al norte que hasta los acantilados sobre los que se alzaba la meseta.

  Hacer el primer contacto directo con uno de los wantso no fue nada fácil, ya que deseaba hablar con uno de su misma edad. Los hombres llevaban lanzas y mazas y daban la impresión de que las utilizarían sin vacilar. Las mujeres casi nunca abandonaban la aldea salvo para ir a buscar agua, lavar ropa en el río o trabajar en los campos. Los campos estaban protegidos en un extremo por una valla y siempre había vigilancia. Algunas veces los niños acompañaban a las mujeres que iban a la jungla para buscar raíces o recoger fruta y bayas, pero en aquellas ocasiones siempre estaban demasiado vigilados por las madres o por los hombres que las acompañaban en calidad de centinelas.

  Pero los niños solían jugar en las orillas de la península, un sitio donde había muchos árboles y maleza bastante espesa, y allí era donde Ras solía ocultarse para espiar.

  Ras sorprendió a Wilida en la maleza. Wilida era una niña atractiva y feliz que se mostraba muy activa en los juegos que los niños practicaban entre la espesura. Ras, que había decidido hacerse amigo de ellos, esperó hasta que estuvieron jugando al escondite y Wilida se hubo ocultado en un arbusto cercano al que ocultaba Ras. Sonriendo para hacerle saber que sus intenciones eran amistosas, se puso en pie y se plantó ante ella, obstruyéndole el camino. Wilida se paró en seco y alzó las manos ante ella como si deseara apartar algo, no a Ras sino a su misma imagen. Su piel se volvió de un color gris bajo el marrón oscuro, puso los ojos en blanco y se derrumbo.

  Ras se quedó muy preocupado. No había sabido que nadie pudiera tener tanto miedo de algo, y especialmente no de él.

  Se acuclilló junto a ella y, cuando la vio abrir los párpados, se llevó el dedo a los labios. Wilida movió los labios, pero ningún sonido brotó de ellos. Ras tuvo que taparle la boca con la mano para ahogar el grito que pugnaba por salir. Los ojos de Wilida se movieron de un lado a otro, pero no gritó. Le oyó decir las pocas frases de su idioma que Ras conocía, y el tono grisáceo de su piel se fue desvaneciendo. Cuando Ras le preguntó si se estaría callada en cuanto le quitara la mano de la boca, Wilida asintió con la cabeza, aunque no podía moverla mucho porque los dedos de Ras se la estaban apretando contra la tierra.

  Ras apartó la mano, y Wilida gritó con todas sus fuerzas. Ras echó a correr y, dominado por el pánico, se lanzó al río y nadó hasta la otra orilla. Por suerte, en aquel momento no había cocodrilos por los alrededores. Apenas estuvo oculto en un arbusto del otro lado, se dedicó a observar cómo los hombres corrían de aquí para allá, hurgando entre los arbustos con sus lanzas. Hablaban entre ellos casi gritando y, realmente, no parecían muy ansiosos de encontrar nada.

  Cuando volvió a casa Ras se mostró tan callado y apático que Mariyam acabó preguntándole qué le preocupaba. Ras respondió que estaba pensando, nada más. Y era cierto, pero sus pensamientos le causaban un gran dolor. ¿Por qué Wilida tenía tanto miedo de él, por qué cualquiera de los wantso tenía que asustarse tanto al verle? ¿Tan feo era? ¿Sería un monstruo? No, Ras creía que no lo era. De serlo, ¿acaso le querrían tanto Yusufu y Mariyam?

  Cuando volvió a la aldea, seis días después, vio que los niños estaban jugando otra vez en los arbustos. Ras cruzó el río y esperó hasta que le fue posible sorprender nuevamente a Wilida sola. Esta vez mantuvo la mano bastante cerca de sus labios después de que ella le prometiera guardar silencio. Wilida no gritó.

  Hablaron durante cierto tiempo, o lo intentaron. Wilida pronto dejó de temblar como un mono que intenta excretar una semilla demasiado grande. Antes de que se despidieran incluso logró sonreírle. Pero en cuanto estuvo un poco lejos de él echó a correr aunque, al menos por lo que Ras pudo ver, no gritó ni le habló a nadie de él, y volvió a reunirse con Ras entre la espesura en el momento prometido. Antes él exploró cautelosamente los alrededores para asegurarse de que no le había tendido una emboscada. Esta vez conversaron con menos dificultades, y en sus cinco reuniones siguientes Ras hizo rápidos progresos en el idioma de los wantso.

  En su sexta cita Wilida le trajo una amiga, una chica llamada Fuwitha. En esa primera ocasión Fuwitha no quiso acercarse a él y ni tan siquiera quiso hablarle, pero la segunda vez perdió el miedo y se dedicó a ayudarle en sus intentos por aprender el lenguaje

  Pasaron tres semanas antes de que Ras conociera a más niños, y cuando vinieron todos guardaron silencio salvo Wilida y Fuwitha que estaban muy orgullosas de su amistad con el blanco niño-fantasma. A esas alturas Ras ya había comprendido que le tomaban por el espíritu de un chico muerto. Ésa era la razón de que Wilida se hubiese desmayado cuando le vio por primera vez, y por eso los demás se habían mostrado tan aprensivos. Pero su curiosidad y las palabras tranquilizadoras de las dos chicas habían logrado hacerles acudir.

  Se pusieron en corro, de cuclillas, hablando con él, riendo nerviosamente ante su extraña forma de articular su idioma y, después de muchas vacilaciones, alargando la mano para tocarle. Ras sonreía y les hablaba en voz baja y suave, diciéndoles que no les haría ningún daño y que era un fantasma bueno.

  Ese fue el día en que conoció a Bigagi, que se suponía iba a ser el esposo de Wilida cuando ésta tuviera la edad precisa.

  Después empezó a participar en sus juegos, aunque tenía el inconveniente de que debía mantenerse lejos de los adultos y los demás niños que había en los campos. Acabó dominando bastante bien el idioma. Luchó con los chicos, y logró vencerles fácilmente a todos, pero ellos no parecieron sentirse humillados. Después de todo, no se podía esperar que alguien vivo derrotara a un fantasma.

  Les distrajo contándoles sus historias del País de los Fantasmas y de su madre simia y de su padre adoptivo, que también era un mono. Su insistencia en que era hijo de Igziyabher, o de Mutsungo tal y como los wantso llamaban al jefe de los espíritus, el Creador-Araña, les impresionó mucho. Al principio.

  Bigagi le preguntó por qué no tenía la piel oscura y el cabello lanudo. Mutsungo había creado al Primer Pueblo, de quien descendían los wantso, utilizando para ello telarañas y barro, y todos habían tenido la piel marrón, los labios gruesos y el cabello rizado. Los shaliku, que vivían al otro lado del Pantano, descendían de los wantso y los cocodrilos. Pero si era cierto que Mutsungo era el padre de Ras, ¿por qué no se parecía a los wantso? O, al menos, ¿por que no era medio araña?

  Cuando se trataba de improvisar historias, Ras era un digno rival de su madre. Contestó diciendo que no era hijo de Mutsungo sino de Igziyabher, que le había quitado a Mutsungo el trono de la divinidad echándole de una patada para instalarse él. Y Ras e
ra blanco porque Igziyabher le había quitado el tono marrón de la piel lavándosela como señal de que él, Ras, era ciertamente su único hijo.

  Esto dejó un tanto preocupados a los niños, no tanto porque Ras fuera el hijo de Dios como por su afirmación de que Mutsungo había sido desposeído de su cargo como jefe de los espíritus. Ras añadió que ahora Mutsungo moraba en el Pantano de las Mil Patas, donde era rey de las arañas.

  Pero cuando se dio cuenta de que se habían puesto algo nerviosos y de que quizá le hicieran preguntas a sus padres sobre aquel asunto, lo cual podía acabar revelando de dónde había sacado la idea, se rió y dijo que si les había contado todo aquello era sólo para distraerles un rato. Era hijo de Mutsungo, pero no tenía aspecto de araña porque Mutsungo había querido que se pareciera a su madre. Su madre era una mona, y por eso él tenía los labios delgados y el cabello lacio, y si era blanco eso se debía a que su madre le había concebido de un rayo mandado por Mutsungo, y todo cuanto había en su útero se había vuelto blanco. La nariz delgada había sido el resultado de que Mutsungo le cogiera por ella con demasiada fuerza cuando le sacó a tirones del útero de su madre.

  La historia del rayo procedía de Mariyam; el resto de los detalles eran de Ras.

  Bigagi dijo que todo aquello quizá fuese cierto, pero que Ras, a quien llamaba Lazazi, obedeciendo a la estructura fonética del idioma wantso, seguía siendo un niño-fantasma.

  Ras se enfadó bastante y tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para controlarse y no discutir violentamente con Bigagi. Wilida consiguió calmarles a los dos diciendo que quizás ese espíritu-padre de Ras fuera el gran espíritu de la tierra del norte (llena de tacto, evitó referirse a ella como Tierra de los Fantasmas), mientras que Mutsungo era el gran espíritu de esta tierra, al igual que Basama, el Espíritu-Cocodrilo, lo era de los shaliku, y así sucesivamente. Aquel problema era algo que podía resolverse cuando crecieran, pues entonces, si tenían el valor suficiente para ello, podrían seguir el río hacia el sur, atravesando el Pantano y cruzando la tierra de los shaliku, llegando hasta el final del río y del mundo, allí donde aquél se hundía en el país que hay bajo la tierra. Allí, en una islita situada justo ante la entrada al país situado bajo la tierra, vivía Wizozu.

  Wizozu era un hombre muy, muy, muy viejo que lo sabía todo y que siempre estaba dispuesto a responder a las preguntas..., a cambio de un precio. Había vivido siempre y viviría eternamente, y era un anciano terrible y feroz.

  Ras oíría hablar otras veces de Wizozu, y acabó decidiendo que, cuando se convirtiera en hombre, viajaría hasta el final del río y del mundo y le haría a Wizozu varias preguntas a las que nadie más parecía ser capaz de contestar.

  Pensó en hablar de él con sus padres pero, dado que ninguno de los dos había mencionado nunca a nadie que se pareciera a Wizozu decidió que lo mejor sería no hacerlo. Sospecharían que había estado hablando con los wantso y Ras no deseaba tal cosa. Aunque ahora ya no intentaban impedirle que vagabundeara de un lado para otro, seguían advirtiéndole de lo malvados y peligrosos que eran los wantso. A Igziyabher no le gustaría nada enterarse de que Ras andaba rondándoles. Cuando Ras fuera mayor habría llegado el momento de que se acercara a ellos.

  En algunas ocasiones Ras metía seis de sus bolas de goma en su bolsa hecha con piel de antílope y se las llevaba al lugar donde se reunía con los niños, quienes siempre se asombraban con ellas. No sabían nada sobre la goma y le preguntaban de dónde venían esas bolas. Ras les dijo que habían aparecido misteriosamente una mañana en la casa del árbol. Su padre adoptivo le dijo que eran un regalo de Igziyabher o, mejor dicho, de Alá, ya que ése era el día en que según el plan tocaba hablar árabe.

  Ras les enseñó a los niños los trucos malabares que había aprendido de Yusufu, y también dio unas cuantas volteretas y saltos mortales. Luego les mostró cómo podía acertarle a un blanco no muy grande usando su cuchillo hasta casi ocho metros de distancia.

  En otras ocasiones Ras hacía ejercicios sobre la cuerda floja, que colocaba a un metro por encima del suelo, suspendida entre dos árboles. Le habría gustado ponerla mucho más arriba para impresionarles, pero no quería correr el riesgo de ser visto por las mujeres de los campos o los centinelas que había en la empalizada de la península. Escogió un sitio donde el suelo bajaba en pendiente hacia el río y allí, con los niños sentados en cuclillas contemplándole, fue de un árbol a otro y luego se detuvo en el centro de la cuerda y dio una voltereta, volviendo a caer con los pies sobre esta.

  Los niños le miraban con los ojos muy abiertos, y se tapaban las bocas con la mano para no hacer ningún ruido que pudiera atraer a las mujeres o a otros niños mayores que ellos.

  Ras solía terminar su exhibición de trucos recorriendo la cuerda con las manos mientras hacía rebotar una de las bolas sobre sus pies. Naturalmente, los niños de los wantso también querían probar suerte con la cuerda floja, y con el paso del tiempo algunos acabaron siendo capaces de ir de un árbol a otro. Muchos se cayeron y algunos se hicieron daño, lo que preocupó a Ras, que pensó que podían marcharse chillando en busca de sus padres.

  Pero ninguno de los niños habló nunca de aquello. Ras era su secreto Aunque el deseo de revelarlo debía ser casi insoportable, lograron mantenerlo en silencio durante varios años. El principal responsable de aquel silencio era Ras, y no el dominio de sí mismos. Les dijo que quien le traicionara vendría con él a la Tierra de los Fantasmas. Peor aún, su Padre Igziyabher destruiría la aldea con sus rayos y mataría a cuantos estuvieran en ella.

  Al oír tal amenaza, los niños se quedaron mudos y sus caras se pusieron de color gris. Sin embargo, Wilida logró reunir el valor suficiente para protestar.

  —Pero si nos mata a todos, entonces nos convertiremos en fantasmas y estaremos contigo en la Tierra de los Fantasmas.

  —No, nada de eso—se apresuró a decir Ras—. Al que hable le mandará‚ al mundo inferior, a la gran caverna donde se vacía el río, y allí será torturado eternamente por demonios y monstruos y nunca volver a ver ni a sus padres ni a sus amigos.

  Los niños chillaron al oírle decir esto, pero la verdad es que su terror debía tener algo de placentero, pues insistieron en que describiera lo que le sucedería al traidor. Ras se lo pasó muy bien explicándoselo, pues llegó a entusiasmarse con el tema y ejercitó su imaginación igual que si fuera un músculo, haciéndola crecer y crecer. También les habló de Wizozu, El Que Todo lo Sabía, el Horroroso Viejo de la islita situada en la puerta al mundo inferior. Sabía bastante menos que ellos sobre Wizozu, pero eso no le detuvo y, tras muchas descripciones de Wizozu e historias sobre él puntuadas con ojos en blanco y leves chillidos de su público, logró convencerles y se convenció a sí mismo de que era toda una autoridad sobre Wizozu.

  No se mostró demasiado preciso en cuanto a cuál era el precio que Wizozu exigía por responder a tus preguntas. Hizo alusión a cosas tan terribles que ni siquiera se debía pensar en ellas; incluso en aquellos tiempos ya sabía que algunas veces mostrarse vago es más efectivo que la más horrenda descripción.

  Los niños le dijeron que Wuwufa, el wantso que hablaba con los espíritus, había cruzado el Pantano de las Mil Patas, pasando cautelosamente junto a la Gran Araña sin ser visto, y que luego había cruzado la tierra de los terribles shaliku y su todavía más terrible dios cocodrilo, y que había seguido por el río hasta la isla de Wizozu. Nadie sabía cual había sido el precio pedido por Wizozu, aunque algunos decían que había sido el hígado de Wuwufa. Según los wantso, el hígado era la sede del pensamiento, y nadie sabía si esto era cierto o no, aunque todos decían que podía serlo. Algunas veces Wuwufa actuaba como si hubiera perdido el juicio, y de vez en cuando sufría convulsiones.

  Ras se dijo que también él visitaría algún día a Wizozu. A los nueve años había tenido muchas preguntas para las que no había podido encontrar respuestas satisfactorias. Tres años después seguía queriendo visitar a Wizozu, pero algunas de las preguntas habían cambiado.

  Eran cinco. Había dos chicos, Bigagi y Sutino, y tres chicas, Wilida, Fuwitha y
Golabi. Pasados seis meses le dejaron participar en algunos otros juegos aparte del escondite, el adivina-qué-dedo y las historias de acertijos. Una tarde, cuando estaban metidos en un arbusto a un metro escaso del río, Wilida, entre risitas, se refirió al tamaño y la blancura del pene de Ras, cosa que irritó a Bigagi. Dijo que el suyo era tan grande como el de Ras y que, al ser blanco éste parecía un gusano de los que hay debajo de las piedras. Y, si había que decirlo todo, el gusano estaba muerto. Wilida, todavía riéndose, dijo que a ella no le parecía que siempre estuviese tan muerto como en aquel momento. Lo había visto francamente vivo cuando Ras estaba luchando con las chicas o los chicos, y estaba segura de que era más grande que el de Bigagi.

  Bigagi se puso en pie y empezó a juguetear con su pene, desafiando a Ras a que hiciera lo mismo. Ras se puso junto a Bigagi y empezó a hacer subir y bajar la piel de su prepucio. Sus genitales no tenían nada de misterioso para él. Pese a que Yusufu y Mariyam le habían hecho enérgicas advertencias sobre la impotencia y la idiotez que caerían sobre él si jugaba consigo mismo, Ras lo había hecho muchas veces cuando estaba allí donde no podían verle, y además había tenido un monito amaestrado al que le encantaba chuparle el pene, aunque Ras jamas había sido capaz de coronar la erección con un orgasmo.

  Ahora estaba decidido a demostrar que era superior a sus compañeros de juego, tanto en esto como en el resto de las cosas. Y, además, resultaba muy agradable hacerlo delante de otros.

  Sutino, estimulado al verlos y provocado por las burlas de las chicas, se levantó y se puso junto a ellos. Las tres chicas, riendo, compararon los resultados y después decidieron que Sutino quedaba eliminado. Sutino se enfadó pero siguió masturbándose. Ras y Bigagi parecían empatados en cuanto a longitud, pero Ras era el indudable ganador en cuanto a grueso. Bigagi dijo que si le ayudaban un poco podía conseguir que se le pusiera más grueso que Ras. Golabi le comprendió. Se colocó de rodillas y empezó a chuparle el pene. Ras le hizo una seña a Wilida, y ésta se arrodilló en el fango delante de él con una risita. Contempló la gran raíz blanca que aparecía y desaparecía por entre sus gruesos labios y después alzó los ojos hacia Ras. Ras la cogió, primero por su rizada cabellera y luego por las orejas, y empezó a mover las caderas rápidamente hacia atrás y hacia delante.