Lord Tyger Page 4
La sensación le resultó exquisita pero, como siempre, terminó con un agudo dolor en los testículos. No pudo eyacular. Su único consuelo fue que los otros dos chicos tampoco consiguieron hacerlo.
Ras fue declarado ganador. A partir de entonces, y aparte los otros juegos, los chicos y las chicas se dedicaron a experimentar unos con otros, y algunas veces un chico se la chupaba a otro, mientras que una chica lamía el clítoris de su compañera. Wilida les habló de sus experiencias con Tuguba, un chico mayor que ellos. De vez en cuando, siempre que era capaz de llevársela lejos de los adultos y los otros niños, Tuguba intentaba meterle el pene en su vagina. Wilida se lo había dejado probar varias veces pero siempre había terminado negándose porque le dolía demasiado, así que en una ocasión Tuguba se lo metió en la boca y eyaculó dentro de ella.
Mientras lo hacía Wilida sintió un extraño calor muy dentro de su cuerpo, algo que le resultaba difícil describir con exactitud, pero estaba segura de que la sensación era similar, aunque no tan parecida al éxtasis, como las descritas por las mujeres adultas cuando comparaban sus experiencias. Y, a juzgar por los gemidos, suspiros, quejidos, chillidos y palabras de su madre durante la relación sexual, Wilida aún no había experimentado el orgasmo. Pero le gustaba sentir la emoción del sexo y aquella ocasional «corriente cálida».
Los juegos sexuales resultaban deliciosos aunque al principio Ras no quiso meter su pene dentro de ningún ano. Las incesantes admoniciones hechas por sus padres de que fuera limpio y su repugnancia ante cualquier cosa que tuviera relación con las heces le habían afectado bastante, pero no podía retroceder ante ningún tipo de prueba, así que también él se dedicó a encular, primero a las chicas y luego a los chicos. Después de hacerlo siempre se lavaba, e insistía en que los demás hicieran como él.
Luego solían producirse competiciones de orinar, en las que normalmente ganaba Ras. Podía hacer que su arco subiera más que el de Bigagi, y llegaba varios centímetros más allá que él.
Mujeres en la noche
A medida que iba pasando el tiempo Ras estuvo cada vez más cerca de ser atrapado por los otros chicos de mayor edad. Siempre logró huir de ellos y acabar ocultándose en un arbusto. Después de haber tenido que escapar por los pelos, siendo ésa la ocasión número doce, decidió que resultaría más seguro quedarse al otro lado del río..., al menos durante el día.
Había un sitio donde los niños podían cruzar a nado sin ser observados desde los campos o desde el puesto de vigilancia que había en la empalizada que cruzaba el cuello de la península. Los niños empezaron a reunirse con Ras entre los arbustos de la orilla opuesta, y luego se adentraban en la jungla hasta un lugar desde el que sus voces no podían ser oídas. Aventurarse en territorio prohibido resultaba emocionante, pero al hacerlo nunca estaban del todo tranquilos. Aparte de que debían preocuparse de los leopardos, no estaban muy seguros de que Ras no intentara atraerlos a la Tierra de los Fantasmas.
Ras no pasaba con ellos tanto tiempo como habría deseado. Cada semana tenía cinco días ocupados aprendiendo cosas. Su instrucción consistía en levantar pesas, correr, hacer acrobacias y juegos malabares, lanzar el cuchillo y practicar con el arco y la jabalina. Yusufu le enseñó todos los trucos que conocía sobre el ataque y la defensa con el cuerpo como única arma, y Yusufu parecía conocer un centenar de trucos distintos. Además, también estaba el aprender a leer y escribir en inglés, árabe, swahili y amárico, con especial énfasis en los libros de la vieja cabaña junto al lago, que eran libros ingleses. La mayor parte eran libros con dibujos y palabras bajo las ilustraciones, cosas como A DE ARQUERO o B DE BARBA. Algunos de los libros contaban historias mediante frases sencillas bajo cada dibujo, cosas cómo «Jim y Jane ven correr al perro». Quizá Jim y Jane hubieran visto un perro, pero Ras jamás había visto a ninguno. El perro se parecía bastante a un chacal.
Yusufu se había visto obligado a echarle una mano para que relacionara las palabras que había debajo de las ilustraciones con lo representado en ellas. Cuando le preguntó a Ras si todavía no había aprendido a leer, Yusufu parecía bastante enfadado. Ras le había contestado preguntándole qué era eso de leer. Yusufu dijo que teóricamente Ras debía aprender a hacerlo por sí solo.
—¿Por qué?—dijo Ras.
—Porque está escrito.
Finalmente, Yusufu le dijo a Ras que le daría unas cuantas lecciones para que empezara, pero que no lo haría en la cabaña donde estaban los libros. Ras tenía que coger el libro de ilustraciones y llevarlo a la selva para que le diera lecciones, y debía prometer que jamás diría ni una sola palabra de ello mientras estuviera en la cabaña o en la casa del árbol.
—¿Por qué?
—Porque está escrito.
De esa forma, Ras aprendió los rudimentos del inglés hablado y escrito sentado junto a un gran baobab, a un kilómetro de la casa del árbol. Llegó un tiempo en el que Ras y Yusufu podían mantener una conversación en inglés, aunque Yusufu seguía insistiendo en que no debía hablar ese idioma bajo ninguna circunstancia salvo cuando Yusufu le dijera que podía hacerlo.
A medida que Ras y sus compañeros de juegos se iban haciendo mayores, tenían menos tiempo para estar juntos. Las chicas trabajaban más en los campos o en sus casas, y los padres de los chicos les estaban enseñando a cazar. A Ras le alegraba que no fuera al revés porque le gustaban más los juegos que practicaba con las chicas sobre todo con Wilida. Wilida era más atrevida que las otras dos y no le daba miedo abandonar sus tareas o escaparse frecuentemente de noche para reunirse con él.
Hablaban y reían y ella le contaba cosas interesantes que habían sucedido en el pueblo o le pedía que adivinara la respuesta al último acertijo, y él le contaba lo que había estado haciendo. Les encantaba acariciarse y besarse y hacer todas las cosas que sabían que estimulaban al otro. Wilida tuvo su primer orgasmo una noche en que Ras le estaba enseñando cómo se apareaban los gorilas, con la hembra a cuatro patas y el macho metiéndosela por detrás. Ras se alegró por ella pero le decepcionó un poco no haber tenido él un orgasmo. De hecho, estaba empezando a preguntarse si aquel placer justificaba aguantar la dolorosa tensión que notaba luego en los testículos.
Durante las semanas siguientes no pudo ver ni a Wilida ni a las demás chicas. Wilida le había dicho que pronto tendría que permanecer detrás de la empalizada del poblado y que sólo le permitirían salir a los campos bajo estrecha vigilancia. El momento de ser iniciada como mujer estaba cerca. Después de aquello no le permitirían ningún tipo de juego sexual. No le dejarían tocar a un hombre adulto, ni tan siquiera a su padre, y esto duraría todo un año, después del cual se casaría. Con Bigagi, naturalmente. Después de casarse tampoco tendría muchas ocasiones de estar con Ras. El adulterio estaba prohibido. La mujer que era sorprendida cometiendo adulterio tenia que pasar por entre una lluvia de golpes propinados por los látigos y los espinos que sostenían todos los hombres y mujeres de la aldea. La que lo cometía por segunda vez era arrojada a los cocodrilos. El hombre pagaba su primer delito de adulterio recibiendo una paliza de su esposa y del hombre al que había puesto los cuernos. La segunda vez el culpable también iba a parar a los cocodrilos.
Ras se quedó bastante preocupado. No le parecía que aquellos castigos tuvieran mucho sentido.
—Es la costumbre—dijo Wilida.
—¿Y qué pasa con los hijos de los padres que son arrojados a los cocodrilos?
—Van a la casa del tío
Ras no discutió con ella. Ya había oído demasiadas veces la frase: «Es la costumbre». Lo que era, era. Resultaba tan imposible discutir eso como el: «Está escrito» de Yusufu.
—No quiero quedarme solo—dijo—. Quiero estar contigo, jugar contigo, hablar contigo y hacer el amor contigo.
—No puedo. Es la costumbre —dijo Wilida. Estaba muy triste.
—Pero, ¿me verás cuando tengas oportunidad de hacerlo?
Wilida se quedó callada durante unos momentos
—¿Quieres que se me coman los cocodrilos?—dijo luego.
—¡No! Pero yo me esconderé y te
estaré observando, esperando.
Wilida no le respondió
—Ven a mi casa—le dijo Ras—. —Ven ahora mismo!
Wilida se apartó de él, abrió mucho los ojos y dijo:
—No ¡A la Tierra de los Fantasmas no! —Tendría mucho miedo!
—¿Acaso soy un fantasma? —dijo Ras—. ¿No estoy hecho de carne y hueso? Cuando estoy dentro de ti, ¿tienes la sensación de que soy un fantasma?
Wilida agitó la cabeza y se levantó para marcharse.
Se inclinó sobre él y le dio un fugaz beso en los labios.
—Mi abuela me contó historias sobre chicas que fueron seducidas por fantasmas. Luego se marcharon a su tierra y nunca volvieron a verlas.
Ras dejó que se fuera, aunque por un instante pensó en obligarla a que le acompañara por la fuerza. Después de aquello se dedicó a rondar por la aldea de día y de noche. Veía frecuentemente a Wilida y a las demás chicas, y al verlas supo por qué les resultaría tan difícil escaparse incluso si querían hacerlo, ya que siempre iban acompañadas por dos viejas.
En cuanto a los dos chicos, Bigagi y Sutino, se habían vuelto repentinamente hostiles hacia él. Un día, cuando Ras apareció detrás de un tronco para saludar a Bigagi, tuvo que lanzarse al suelo para esquivar una lanza. Se quedó tan sorprendido que huyó llorando. Luego se enfadó mucho y quiso matar a Bigagi, y probablemente lo hubiera hecho de haber conseguido acercarse lo bastante para ello, pero ahora le resultaba imposible aproximarse al poblado con la facilidad o la frecuencia de antes. Los wantso parecían estarle esperando y se mantenían alerta. Oyendo hablar a dos mujeres que trabajaban en los campos, cerca de la espesura, se enteró de que Bigagi y Sutino habían hablado de él con los ancianos. Todo el mundo estaba al borde del terror. Wuwufa, el viejo que hablaba con los espíritus, hizo que todos los niños pasaran por una ceremonia purificadora, y después de aquello tuvieron que llevar amuletos para mantener lejos al Chico-Fantasma, y las chicas fueron vigiladas estrechamente durante varios meses para asegurarse de que no habían concebido descendencia del fantasma.
Ras anhelaba poseer a Wilida. Soñaba con ella, y despertaba lleno de dolor. Se pasaba largas horas sentado en la rama de un árbol que daba al poblado, esperando verla. Fingía hablar con ella y se inventaba las contestaciones que le daría mientras Wilida, sin
darse cuenta de su presencia, se inclinaba sobre el fuego donde cocinaba, delante de su casa. Ahora llevaba un cinturón hecho con corteza de árbol y un delantal triangular hecho con fibra blanca. Su cabeza estaba ceñida por una banda hecha con piel de ratón a la que le habían dado la vuelta para mostrar la parte blanca del interior: de la piel colgaban muchas borlas y minúsculos fetiches de madera. Cada mañana le pintaban las nalgas de color blanco.
Ahora Ras sabía lo que había querido decir Yusufu cuando le contó que un hombre podía acabar con el corazón consumido por algo que le era imposible conseguir. Sentía un agudo dolor en el pecho, y otro dolor distinto empezaba en la raíz de su pene y se extendía por todo su vientre. Era como si le hubieran clavado una flecha envenenada. El veneno producía un dolor sordo y casi agradable, no ardiente y letal, y en algunos momentos Ras sabía que estaba disfrutando con el sufrimiento. No, no era cierto que disfrutara con él. Sencillamente, era mejor sentir esta negativa a saber que Wilida estaba muerta y la había perdido para siempre. Ras no tenía intención de pasar mucho más tiempo rondando por la aldea. Quería hacer algo para conseguir que volviera a él, y si Wilida estuviera muerta no podría haber hecho nada.
Una noche sin luna trepó al gran árbol sagrado y se deslizó rápidamente al tejado de la casa de Wilida. Le resultó imposible no hacer ruido porque las ramas y las hojas crujían y susurraban bajo sus pies, y las maderas del techo se doblaron con un chasquido bajo su peso. Una rata oculta en la viga principal lanzó un chillido y huyó corriendo por la madera. Ras se quedó inmóvil durante unos momentos hasta tener la seguridad de que Wuwufa no se había despertado. El que hablaba con los espíritus había pasado toda la noche bebiendo grandes cantidades de cerveza en compañía de otros hombres, pero siempre era posible que su mujer tuviera el sueño más ligero.
Un cerdo gruñó cerca de allí. Un murciélago pasó revoloteando sobre él, tan negro, veloz y aterrador como la idea de la muerte. Ras esperó un poco más y luego bajó del techo al suelo. Sus pies golpearon la tierra con un ruido que habría deseado no hacer, pero le fue imposible evitarlo. El cerdo volvió a gruñir, y el murciélago pasó aleteando a un metro escaso de su cabeza para volver luego hacia él como si un pedazo de noche se hubiera desprendido del cielo rozándole el hombro y casi pegándose al suelo antes de remontarse una vez más. Otro murciélago se unió a sus zigzags. Ras se alegró de verlos. Según los wantso, algunas veces los demonios y los fantasmas tomaban la forma de murciélagos. Salían de las sombras alargando sus manecitas y cogían a un wantso por los dos conos de su cabellera. Eso hacía que los wantso odiaran abandonar sus casas de noche a menos que hubiera muchas antorchas encendidas y bastante gente a su alrededor.
Pese a ello, siempre había algunos que salían de noche y se movían en silencio, de tal forma que casi nadie se enteraba de su presencia. Había fuerzas más potentes que el miedo a los demonios y los fantasmas. Ras estaba enterado de eso porque desde su refugio en la gran rama del árbol sagrado había visto a quienes turbaban la paz nocturna.
Sacó su cuchillo y, con el cuerpo agazapado, corrió hacia la Gran Casa. Se acuclilló en las sombras que había bajo el suelo de ésta, la espalda pegada a uno de los soportes de madera, y esperó. Alguien roncaba dentro de la Gran Casa, y alguien más gemía y murmuraba. Ras sonrió, y ya estaba a punto de abandonar su escondite cuando vio a una mujer que salía de una choza, justo delante de él. La escalera de bambú había sido retirada antes de que anocheciera. La choza era la de Tobato y Seliza y, aunque no podía ver los rasgos de la mujer, sí pudo reconocer la silueta de su cuerpo y su forma de
caminar.
Seliza era una mujer bastante atractiva que había empezado a engordar. Seguía siendo lo bastante hermosa como para que Ras se hubiera preguntado qué tal resultaría entre los arbustos, algo que se había preguntado respecto a cada una de las mujeres del poblado, ya fuesen atractivas o no. Sólo podía haber una razón para que se hubiera aventurado en la noche repleta de demonios: Seliza llevaba dentro un demonio, un demonio irresistible. Estaba claro que no había abandonado la casa sólo para aliviar su vientre. Wilida le había contado que cada choza tenía varios recipientes donde evacuar
los excrementos Esos recipientes se vaciaban en un gran agujero situado fuera de la aldea, y el contenido del agujero era usado luego como fertilizante cuando resultaba necesario. El olor que rodeaba al poblado cuando el viento soplaba desde el norte era algo que no parecía preocupar a nadie salvo a Ras, y sus opiniones al respecto carecían de importancia.
Seliza dio la vuelta a su choza y se detuvo. Una silueta identificable como la de un hombre emergió de una choza situada en el circulo exterior. El hombre dejó de ser visible para Ras y se reunió con Seliza detrás de su casa. Pasó un minuto entero. Después, cogidos de la mano, él y Seliza fueron rápidamente hacia la Gran Casa. Ras se ocultó tras el grueso poste central. Estaba claro que pensaban meterse debajo de la Gran Casa, aunque no tenia ni la menor idea de por qué habían escogido semejante lugar. Salir por la puerta norte o sur sin hacer ruido les resultaría imposible, y había centinelas tanto en la puerta este como en la oeste. Los centinelas estaban dormidos, como de costumbre, pero el crujir de la madera podía despertarles.
Quizá venían aquí porque el viejo jefe y su mujer tenían fama de dormir muy profundamente. Chufija, su hijo, se había quedado retrasado después de haber estado muy enfermo siendo niño. No servía para nada que no fuese apartar los pájaros y los monos de las cosechas, beber cerveza y sonreír ante los insultos y las burlas de que le hacían objeto todos los wantso.
Seliza murmuró algo y se rió. El hombre gruñó y le dijo que se estuviera callada. Ras ya había logrado reconocer su forma de caminar, la voz confirmó su identificaci
ón. Era Jabubi, el padre de Wilida. Wilida le había hablado de que no podía mantener las manos
lejos de otras mujeres cuando creía que nadie iba a verle. Aunque nunca le habían sorprendido en adulterio, le habían acusado varias veces. Hasta el momento la ceremonia en que Wuwufa buscaba la culpa no había logrado que Jabubi confesara y, al parecer, tampoco había logrado asustarle lo bastante como para que se portase bien.
Ras estaba encantado. Si Jabubi estaba aquí, eso quería decir que su hija tenía un vigilante menos. El único problema era que los dos estaban yendo hacia el poste detrás del que se ocultaba él. Tendría que salir de ahí y rápido, antes de que llegaran. Su piel blanca hacía que resultara fácil verle, por lo que debería escabullirse sin hacer ningún ruido que pudiera atraer sus miradas hacia él. Se puso a cuatro patas y, manteniendo el poste central entre ellos dos y su cuerpo, empezó a reptar hacia atrás. Cuando sus pies tocaron otro poste se dio la vuelta para rodearlo, y en ese mismo instante Seliza y Jabubi rebasaron el poste central. Ras no intentó seguir moviéndose, durante un segundo se quedó totalmente quieto, y después se fue dejando resbalar lentamente hacia el suelo hasta quedar pegado a él.
Seliza y Jabubi estaban abrazados y respiraban con tal fuerza, dándose tales besos entre risitas y gemidos, que Ras se preguntó si se habrían vuelto locos, y un instante después supo que así era, naturalmente.
De repente Seliza lanzó un gruñido y dijo algo. Jabubi le respondió en un murmullo y Seliza le contestó con otro. Se pusieron a cuatro patas y empezaron a reptar directamente hacia él. Ras sabía que aún no le habían visto. Si hubieran pensado que había otra persona bajo la casa habrían huido inmediatamente haciendo mucho ruido, creyendo que era un fantasma. Debían haber cambiado de sitio porque Seliza se había quejado de que el suelo era demasiado desigual o porque alguna piedra se le estaba clavando en la espalda. Fuera cual fuese la razón, apenas si habían recorrido un metro cuando se detuvieron. Y entonces Ras tragó su primera bocanada de aire desde que los dos se habían separado y habían empezado a reptar hacia él sobre manos y rodillas. .